Diego de la Vega - Joooo, no vale, siempre me ganas papá!
Padre - ¡Muchos años de práctica hijo mío! Algún día me ganarás (empezó a reír
cálidamente).
Miré a mi padre, era muy bueno y me cuidaba mucho.
Estábamos jugando a los dados, él mismo los tallaba. El juego consistía en
tirar un dado al aire y salía un número. Nosotros teníamos que intentar
adivinar si en la próxima tirada, el número sería mayor o menos. Pero mi padre
siempre ganaba. Apostábamos frutos secos y, cuando no miraba nadie, me comía
los suyos. (Sonreí mientras mi padre me acariciaba la carita).
Mi madre era muy buena también, ahora mismo estaba preparándome caldo, mi
favorito. Caldo de gallina con verduras. No existía nadie que cocinase mejor
que mi madre.
Como estas fechas son especiales y hace muchísimo frio el caldo de mi madre era
perfecto.
Guau Guau! Guau Guau!
Diego de la Vega - ¿Papá puede entrar Roble? porfa porfa, hace mucho frio y por
una noche que duerma en casa no pasará nada! (exclamé, mirando a mi padre con
cara de pena)
Padre - Bueno vale, pero límpiale las patas antes de entrar, que si no lo
dejará todo perdido.
Le abracé y salí corriendo a buscarlo. Mi madre me dio una chaqueta muy gruesa
para que no enfermase.
Al salir, vi a Roble con ganas de jugar. ¡Cuanto más me acercaba, mas se
alejaba! Empecé a correr detrás de él y cuando nos dimos cuenta la casa estaba
muy lejos, solo podía ver el humo de la chimenea.
Una mano mugrienta, con las uñas medio rotas me agarró del cuello, empecé a
chillar y llorar cuando de repente noté un fuerte golpe en la nuca y quedé
tendido en la fría nieve.
Vi como Roble atacó a uno de los señores malos, arrancándole la ropa a
mordiscos. Cuando de repente otro señor malo le clavó un cuchillo, Roble
callo como yo, en la nieve y solo podía escuchar su fuerte respiración.
Me incorporé, llorando, con la cara llena de barro y nieve.
Diego de la Vega - Dejad a mi perro, no lo matéis por favor.
Desconocido - ¿Vaya vaya, el mocoso ha salido valiente eh? ¡Te vamos a
despellejar como a un conejo!
Su boca era negra, apenas tenía dientes y era muy feo.
Agarró un cuchillo y cuando se dispuso a hacerme daño, una luz muy grande
iluminó la zona.
Era un señor envuelto en una capa gris, tenía una barba muy larga y su cara era
bondadosa.
Me miró, miro a Roble y a los señores malos.
Sin decir nada levanto la mano, los señores malos se levantaron del suelo, se
juntaron y después de escuchar unos gritos muy feos, vi como se convirtieron en
nieve.
El señor me ayudo a levantarme, me toco la cabeza y sanó mi herida.
Llorando señale a Roble, ese señor podía curar a mi perro.
El señor bondadoso agarro al perro, le acaricio donde tenía la herida y de
repente dejo de sangrar.
Se acerco a mí, me agarró la mano y me dio una pequeña volita de hielo,
brillaba mucho y eso me gustaba.
Me miró, sonrió y señalo con su gran bastón donde estaba mi casa, para que
fuese rápido con mis padres.
De repente, el señor desapareció y, desde esa fría noche de invierno, creo en
la magia.
Muy lindo!!! Creo que tenemos el Angel de la Guardia a protejernos!!!
ResponderEliminarMe alegra que te guste Elaine! como también me alegra que seas fiel a mis publicaciones :)
ResponderEliminarLa magia siempre está entre nosotros! un abrazo desde Barcelona Elaine